Lo mínimo no se aplaude, se exige

Por Jaume Osante
Entre baches tapados, juegos pintados y calles remendadas con concreto, el gobierno municipal de Ciudad Victoria presume avances que, en teoría, no deberían ser considerados logros, sino obligaciones. La administración de Lalo Gattás ha hecho de cada acción básica un espectáculo digno de redes sociales: una calle pavimentada se convierte en épica, un cordón pintado en una muestra de amor al pueblo, y la recolección de basura en una proeza digna de gratitud eterna.
¿En qué momento perdimos la capacidad de exigir lo esencial? ¿Por qué aplaudir lo que está en nómina? Cuidar áreas verdes, recoger basura, tapar baches o limpiar luminarias, es lo mínimo que cualquier administración con presupuesto y personal debe hacer sin necesidad de mariachis digitales ni hashtags motivacionales como #VictoriaAvanza.
Y es que más allá del concreto, lo que necesitamos es estructura: calles con drenaje real, planeación urbana con futuro, sistemas de movilidad dignos y seguros. Pero no. En lugar de eso nos dan palmaditas en la espalda por arreglar lo que ellos mismos descuidaron durante años. Esta lógica de «gobierno dadivoso» sigue tratando al ciudadano como súbdito, como si cada acción fuera un regalo, no una obligación adquirida por mandato popular y recursos públicos.
El problema no es sólo de forma, sino de fondo. Cuando los funcionarios se felicitan entre sí por hacer su trabajo, hay algo profundamente roto en la relación entre autoridad y comunidad. Una ciudad como Victoria merece mucho más que aplausos por barrer parques o poner topes. Merece transparencia, verdadera participación ciudadana y políticas públicas que dejen huella más allá de la brocha y el concreto.
Cumplir con la gente no es favór, es mandato. Gobernar no es liderar con afecto, es administrar con eficiencia, ética y visión. A la ciudad no se le quiere desde el micrófono, se le respeta desde la acción verdadera. Y eso, hoy, brilla por su ausencia.