Cuando el apoyo mata las ganas de salir adelante

Por Jaume Osante.- El apoyo del gobierno siempre será bienvenido, sobre todo cuando se trata de emergencias o tragedias que dejan a familias sin techo, sin comida y sin esperanza. Lo hemos visto en los municipios de Veracruz que recientemente lo perdieron todo por las inundaciones: ahí, la mano del Estado es necesaria, urgente y justa. Pero más allá de esos casos, México enfrenta un dilema más profundo, casi invisible, que no se resuelve con despensas ni transferencias económicas: el conformismo.
Durante años hemos confundido el derecho a recibir ayuda con la comodidad de depender de ella. Muchos programas nacen con buenas intenciones, pero terminan apagando el deseo de superación. Es como si el mensaje fuera: “No trabajes más, que el gobierno te va a resolver”. Y así, poco a poco, se mata el sueño de construir un mejor futuro con las propias manos.
El problema no es la ayuda, sino la falta de una ruta posterior: educación, capacitación, oportunidades reales de empleo. No hay desarrollo sin dignidad, y no hay dignidad si no se enseña a las personas a valerse por sí mismas. En Tamaulipas y especialmente en el sur, donde la crisis económica y la informalidad son el pan de cada día, esta mentalidad se vuelve aún más peligrosa. Porque mientras unos se esfuerzan por salir adelante, otros esperan a que alguien más les cambie la suerte.
El país necesita solidaridad, sí, pero también responsabilidad. No podemos seguir educando generaciones que crean que el gobierno es el padre que todo resuelve. El verdadero progreso se alcanza cuando cada ciudadano se asume parte del cambio, cuando el apoyo deja de ser una muleta y se convierte en impulso.
Si queremos un México fuerte, debemos enseñar a soñar con trabajo, no con subsidios. La ayuda debe levantar, no dormir las ganas.