Crisis magisterial: fuego, fondo y forma
El incendio en la sede del #SNTE no fue sólo físico: fue simbólico. Encabezado por maestros embozados, presuntamente ligados a la #CETEG y a sectores radicales de la #CNTE, el acto vandálico fue una expresión extrema del hartazgo frente a lo que consideran un liderazgo sindical corrupto y “charro”. Las imágenes de mazos rompiendo cristales, oficinas envueltas en humo y retratos de Alfonso Cepeda Salas ardiendo, son también un grito político: una exigencia de renovación profunda en el sindicalismo magisterial.
Este episodio, condenable en su forma, tiene un fondo que no debe ignorarse. La protesta no nació de un día para otro. Son más de tres semanas de movilizaciones donde se demanda, entre otras cosas, la abrogación de la Ley del ISSSTE de 2007, mejoras salariales y transparencia sindical. El silencio institucional previo fue gasolina.
La respuesta del #SNTE, limitada a un tuit institucional y promesas de denuncia, evidencia una desconexión con su base. La #SEP, por su parte, reiteró el llamado al diálogo, pero sin plantear rutas claras para abrirlo. Mientras tanto, la base magisterial se desangra entre el abandono y la frustración.
No se trata de justificar la violencia, sino de entender sus causas. Cuando las vías pacíficas se cierran, los gritos encuentran otras formas. Urge reconstruir puentes: entre autoridades y docentes, entre líderes sindicales y sus representados. Porque sin un magisterio fuerte, digno y escuchado, no hay futuro para la educación pública en este país.
Lo ocurrido en el #SNTE debe encender alarmas más allá del incendio. Es la muestra de una ruptura entre los trabajadores de la educación y sus instituciones de representación. No podemos normalizar la violencia, pero tampoco ignorar lo que la provoca. El Estado y el sindicato deben abrir el oído, antes de que todo se les queme entre las manos.
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