Trump se ‘engolosina’: El gran berrinche arancelario

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Con esta decisión impulsiva, Trump puede hasta ganar titulares, pero arriesga la cohesión continental que demanda la transición energética. El equilibrio exige empatía y acuerdos, no arrebatos.

Por Jaume Osante.

Donald Trump acaba de anunciar, en una pomposa reunión de gabinete, que aplicará un arancel del 50 % al cobre importado, además de otras medidas “absurdas” (en palabras de muchos observadores), con claro efecto sobre México y otros aliados.

 

Este arancel, sumado a la reciente prórroga de las fechas límite para negociaciones (hasta el 1 de agosto), revela más una estrategia política efectista que una política económica ponderada. Según Trump, estos gravámenes buscan proteger la producción doméstica de cobre, esencial para vehículos eléctricos, infraestructuras y defensa. Sin embargo, la pregunta clave sigue pendiente: ¿a qué costo para los consumidores y la relación con México?

 

Desde febrero, su gobierno ya indagaba sobre los impactos del cobre con una investigación bajo la Sección 232. La amenaza concreta ya había desatado subidas de precios del metal, con futuros en la bolsa Comex disparándose más de un 10 % . Esto ilustra el efecto inmediato: las empresas estadounidenses ya comenzaron a acaparar inventarios para anticiparse, lo que puede encarecer insumos para todo tipo de fabricante.

 

Cerrar la pinza arancelaria con un 50 % no sólo afecta a los productores mexicanos, también genera un fuerte impacto inflacionario en los bienes que dependen del cobre. Desde alambres hasta electrodomésticos y componentes automotrices, todo se encarece. Aquí es donde la supuesta defensa del consumidor se nubla: al final, pagaremos todos.

 

Además, los expertos advierten que este avance unilatérico rompe las reglas del libre comercio y pone en jaque los acuerdos del T‑MEC (USMCA). México ha respondido a anteriores aranceles con cuestionamientos legales, argumentando que la medida viola compromisos mutuamente pactados . La tensión puede escalar y afectar no solo al cobre, sino a sectores clave como el automotriz y energético.

 

El espectáculo que montó Trump (ambientalizado con alabanzas a su “protección del dólar” y críticas al viento) es más un acto político que una solución económica. El trasfondo es claro: juega con la economía como si fuera un truco mediático, presionando a aliados con fechas límite y amenazas tarifarias, mientras busca ganar aplausos de base electoral. Pero, ¿quién paga el costo real? La clase media, los consumidores y la estabilidad comercial.

 

Un arancel del 50 % al cobre es una medida extrema que sólo puede explicarse como parte de una postura maximalista: “aranceles para todos… hasta que negocien”. Pero la historia ya lo advierte: los aranceles nunca son gratuitos, se pagan con empleos, precios y alianzas. Y cuando se citan “amenazas de BRICS” o se mezclan crisis externas como pretexto, el mensaje se vuelve aún más confuso y retórico .

 

En mi opinión urge un giro hacia el diálogo constructivo. El cobre, lejos de ser una herramienta de chantaje, puede ser puntal en cadenas de valor compartidas entre EEUU y México. En lugar de vetos y aranceles, necesitamos acuerdos transparentes, inversión en reciclaje y tecnologías limpias, así como fortalecimiento del suministro crítico sin fracturas comerciales.

 

Estados Unidos y México tienen objetivos comunes: la descarbonización y la infraestructura verde. El cobre es vital para ello. Pero el camino del enfrentamiento económico no sólo daña al vecino, también socava nuestra seguridad industrial. Es momento de sentarse a la mesa con respeto mutuo, no amenazas de relojes y niveles.

 

Con esta decisión impulsiva, Trump puede hasta ganar titulares, pero arriesga la cohesión continental que demanda la transición energética. El equilibrio exige empatía y acuerdos, no arrebatos.